Si lo impensable es la pintura, lo excedido es el arte.
Esta críptica frase pone en escena el intento de Diego Linares de materializar en la tela el cuerpo del reflejo, o sea lo que sostiene el retorno artificial de la luz.
Si nos detenemos en la reiteración anecdótica, se nos aparece un envase metafórico donde lo que se desvanece es lo humano.
La propuesta de retener la promesa del cuerpo queda instalada en la insistencia del brillo, que consolida una base inmutable asociada al bronce o el vidrio.
Subraya Linares entonces, que confiar en el plano del cuadro una intención personal, no nos devuelve el efecto pintura, es decir aquello que no depende de una construcción de inmediata comprensión, si no lo que nos posibilita como “aprehensión”, es decir su “reflejo”: idoneidad del espejo y atributo del arte.
El tumulto tropical encerado por el pincel se aquieta. Predomina el gusto y el silencio, como en la estatuaria de necrópolis, honrando la antigua paternidad del arte, así como lo quiso su padre, apoyado en el cuerpo, el cuerpo del reflejo.
Esta críptica frase pone en escena el intento de Diego Linares de materializar en la tela el cuerpo del reflejo, o sea lo que sostiene el retorno artificial de la luz.
Si nos detenemos en la reiteración anecdótica, se nos aparece un envase metafórico donde lo que se desvanece es lo humano.
La propuesta de retener la promesa del cuerpo queda instalada en la insistencia del brillo, que consolida una base inmutable asociada al bronce o el vidrio.
Subraya Linares entonces, que confiar en el plano del cuadro una intención personal, no nos devuelve el efecto pintura, es decir aquello que no depende de una construcción de inmediata comprensión, si no lo que nos posibilita como “aprehensión”, es decir su “reflejo”: idoneidad del espejo y atributo del arte.
El tumulto tropical encerado por el pincel se aquieta. Predomina el gusto y el silencio, como en la estatuaria de necrópolis, honrando la antigua paternidad del arte, así como lo quiso su padre, apoyado en el cuerpo, el cuerpo del reflejo.
Por Renato Rita
Critico Curador Argentino